domingo, 30 de agosto de 2009

La Corte Suprema de Justicia de la Nación

Desde la reforma constitucional del año 1994, en nuestro país, la Corte cuenta con un mecanismo, llamado "audiencia pública". El principio de audiencia pública se encuentra en la Constitución Nacional. Tal principio se relaciona directamente con el principio del debido proceso que resguarda la garantía de los interesados a ser oídos antes de que la administración dicte una decisión de gran impacto social que pueda afectar sus derechos e intereses.

En tres oportunidades, distintas ONGs, integradas por afectados al consumo de drogas y familiares, como así también por profesionales de la salud y de la educación, hemos solicitado formalmente a la Corte Suprema una audiencia pública, previa al dictamen, para tratar el tema de la despenalización de la tenencia y la falta de política de Estado. Estos pedidos fueron debidamente fundamentados.

¿Por qué la Corte no dió lugar a tales pedidos? Y en lugar de ello clausuró la posibilidad de un debate pleno y hasta el momento ausente en nuestro país.

Y hoy, inmediatamente después de emitir el fallo previsto, la misma Corte, exorta a la ciudadanía a la participación y el debate. ¿No resulta contradictoria tal actitud?

Red de Madres y Familiares

lunes, 10 de agosto de 2009

CONOCER EL RIESGO ES EVITAR EL DAÑO

De una vez por todas debemos rescatar como prioridad que los posicionamientos respecto al abuso de drogas deben basarse en una plataforma de conocimiento y no de opinión, gusto o prejuicio. El hecho de que haya adictos creativos no indica que la adicción sea el camino de la creatividad. Porque además resulta cierto que la mayor parte de esas creatividades terminaron en forma precoz y abrupta por causa del desmadre, el descontrol y la supuesta conciencia ubicada en un plano superior.

Remite entonces a la supuesta superioridad de algunos sobre otros y no a la búsqueda de una igualdad de oportunidades, posibilidades y proyectos para todos, el pensar que hay seres cuya conciencia se expande mientras el común de los mortales desde su pequeñez los admiran.

La mera idea de que hay personas que pueden drogarse toda la vida deja de lado la pregunta de cuáles son las condiciones básicas de salud, de valor de la existencia, de experiencias de interacción y solidaridad.

Asistí en la década del 60 en San Francisco a conferencias de Timothy Leary en la Liga para el Descubrimiento Espiritual (nombre que remitía a una burda transformación de siglas del LSD) donde encontré un nivel de pobreza conceptual disfrazada con experiencias sicodélicas. O sea que una estimulación química del sensorio encubría fobias, ansiedades, dificultades de contacto. El Profesor había sido expulsado de la Universidad de Harvard por experimentar con sus alumnos cuando ya la droga había sido declarada no inocua por la OMS.

Después pude observar los efectos de diferentes sustancias a través de la interacción con grupos de terapia, grupos musicales, músicos, pacientes. Casi siempre la droga sustituía o pretendía reemplazar una carencia por una estimulación, proponiendo una transformación de la conciencia, una negación de problemas. Nunca he registrado un enriquecimiento personal sino más bien un entorpecimiento de la conciencia y una dependencia infantil de la sustancia.

En Calabria recorrí pueblos en que los jóvenes se habían dormido, apoyados contra las paredes de una calle, teniendo todavía clavado en sus venas una jeringa con heroína. Eran desocupados, desesperados, angustiados ajenos a toda asistencia, afectados por la desocupación persistente en la región.

La droga seguramente calma desesperaciones pero no las transforma en otra cosa. Una noche prolongada por el éxtasis no arriba a ningún puerto nuevo. Gasta energías y aísla induciendo el convencimiento de que solo los iniciados pueden entender la ruta emprendida.

Por eso cuando desde la asistencia social o la psicología o el derecho –casi nunca desde la salud- se propone destrabar las restricciones al consumo abusivo de sustancias quisiera que primero me hagan el recuento de los que sacrificaron sus vidas en la carrera ilusoria del máximo consumo. Ya no están para ilustrarnos sobre el intenso disfrute que produce la cocaína inyectada al golpear el cerebro. Como el suicida que no puede relatarnos su pasaje al otro lado cuando cae desde un piso elevado. Es que no se han arrepentido a tiempo. Otros, los que han colaborado por facilitar drogas, los que han acompañado el abuso, los que no han intervenido habiendo tenido oportunidad de hacerlo, tendrán esa cuenta que saldar.

Entre ellos los que proponen despenalizar lo que no esta penalizado, proponiendo cambios que eliminan la prevención, única arma de alerta y educación en el tema, en nombre de los derechos. Qué posibilidad tiene una persona que ha trastornado su conciencia por efecto de químicos, de hacer uso adecuado de los derechos que se le quiere ofrecer. ¿Hay un conocimiento adecuado de los riesgos, o nos arrepentiremos después de haber sacado de madre el volumen del consumo, y tendremos más victimas a las que rendir el homenaje de un recuerdo cuando ya no estén?

El rescate de valores en la sociedad de consumo parece una utopía, pero no podemos avanzar sin reconocer las dificultades de carecer de objetivos saludables, socialmente significativos, que tiendan a la preservación del bien común y a la promoción de la solidaridad social. A una sociedad dañada no se la mejora agregando daños sino reparando las inequidades, la falta de oportunidades, brindando caminos, ejemplos y objetivos.-


Por Wilbur Ricardo Grimson
Fundación de Prevención Social